“Do I contradict myself? Very well then I contradict myself. I am large, I contain multitudes.”
— Walt Whitman
Vivimos en una época obsesionada. Se nos exige sostener las mismas opiniones, los mismos gustos, la misma versión de nosotros mismos. Cambiar parece un pecado.
Es común escuchar: “Pero vos dijiste esto hace años y ahora pensás lo contrario”. Y sí, es cierto. Cambiamos porque vivimos, porque atravesamos experiencias, porque incorporamos nueva información y porque nos animamos a revisar qué onda con lo que antes pensábamos que eran algunas cosas. Pretender que alguien sea idéntico a sí mismo toda la vida es desconocer la naturaleza humana.
Como dice Eclesiastés 3:1:
"Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora."
Nuestras ideas, emociones y etapas cambian según la experiencia y el tiempo.
No necesitamos personas que juzguen constantemente nuestra vida ni aquellas que buscan llevarnos la contraria solo para recordarnos errores del pasado. Rodearse de miradas inquisidoras genera culpa. Lo sé por experiencia: tengo una amiga que me desafía casi en todo, incluso en lo más mínimo, y parece dialogar más con mi “yo” del pasado que con quien soy hoy. Tal vez espera respuestas diferentes. Y aunque le tengo aprecio, todavía estoy aprendiendo cómo manejar ese vínculo sin traicionarme a mí misma.
Por eso es clave observar quiénes nos rodean:
¿Quién ve nuestros cambios y quién los usa como arma?
¿Quién nos escucha de verdad y quién solo espera señalar una supuesta incoherencia?
Las personas que suman no exigen versiones congeladas de nosotros. Entienden que la identidad no es una estatua: es movimiento.
Cambiamos de ideas, de prioridades, de sueños; incorporamos nuevas miradas y dejamos atrás otras. Eso no nos vuelve incoherentes: nos vuelve humanos.
Lo que nos da continuidad no es la rigidez, sino los valores; en ellos reside la verdadera coherencia. Los valores son el hilo que atraviesa las distintas etapas, incluso cuando las formas cambian. Por eso podemos ser fieles a nosotros mismos aun cuando pensamos distinto que antes.
Aceptar que contenemos multitudes es un acto de madurez. No somos una sola idea, ni una sola etapa, ni una sola respuesta. Somos una historia en construcción.
Necesitamos un buen grupo de amigos; somos tribu, somos vínculo. En un mundo que empuja al individualismo y donde las redes sociales ofrecen una falsa sensación de conexión, la amistad verdadera es un diamante: es cara y escasa. Por eso también es importante observar con atención a quién elegimos. Tener un círculo cercano, un pequeño concilio personal, es una de las mayores riquezas que podemos tener.
Al final, la vida se mide por las relaciones:
A quien amaste.
Y quién te amó.
Liss Rivas Clisson
Añadir comentario
Comentarios