"En la mesa no se envejece.” Este viejo refrán italiano lo dice todo: cuando compartes una buena comida con buena compañía, el tiempo simplemente se detiene. No es solo comer, es celebrar la vida y la conexión.  Para los italianos este refrán no es literal ni poético, es una filosofía de vida. Comer juntos, compartir y disfrutar del momento es una forma de “detener el tiempo” y recargar energía emocional y social.

De alguna manera, es un reflejo de cómo Dios nos creó: para vivir en comunidad y no en soledad. Jesús mismo, muchas de sus enseñanzas más significativas sucedieron alrededor de una mesa compartida. Allí partió el pan, tomó vino, perdonó, conversó, animó y amó.

Saber elegir quiénes están en nuestra mesa (real y simbólica) siempre ha sido clave. Proverbios dice: “El hombre que tiene amigos ha de mostrarse amigo; y amigo hay más unido que un hermano.” La verdadera amistad no se trata de nostalgia ni de cuántos años conocemos a alguien, sino de fruto, reciprocidad y amor genuino.

Algunas relaciones que mantenemos solo por costumbre pueden drenarnos energía. Algo que me hubiera gustado entender mucho antes,  es que nuestra energía es finita. No somos baterías que se recargan al 100 % cada noche. Hay días que despertamos al 100 %, pero igual tenemos semanas que funcionamos al 30 % o al 60 %. Cada vez que invertimos esa energía en mantener relaciones desgastantes —y hablo de nuestro círculo íntimo de amigos, (no me refiero a  personas a las que podamos ayudar)— nos estamos robando la oportunidad de invertirla en lo que realmente importa.

Aplicar esto a nuestra vida diaria no significa esperar un gran evento para valorarlo. A veces solo se trata de mirar bien quiénes están a nuestro alrededor. Hay un refrán que dice que somos la media de las cinco o seis personas que nos rodean.

Cuando nos damos cuenta de que alguien nos apaga y decidimos poner límites, podemos sentir que estamos perdiendo gente… pero en realidad no perdemos personas: perdemos ilusiones de personas.

La vida es demasiado corta. Cuando dejamos que otras personas entren en nuestra vida, debemos aceptar su humanidad —sus imperfecciones, sus procesos, sus límites— sin convertir su crecimiento en nuestra misión personal. Estamos diciendo: “Elijo amarte como eres, no como imagino que podrías ser.”

Y si ignoramos nuestros límites, empezamos a editarnos. A veces la pregunta más honesta es: ¿estamos aceptando lo que es real o evitando lo que duele? ¿Qué seguimos haciendo que ya no es honesto con lo que pensamos y sentimos ahora? Tener el coraje de soltar es parte de honrar nuestra vida y nuestra energía. Cuando elegimos cuidar nuestra energía, nuestras relaciones y nuestra mesa, estamos honrando la vida que Dios nos dio. Como dice Proverbios 4:23: “Por encima de todo, cuida tu corazón, porque de él mana la vida.”

Y nuestra mesa —real y simbólica— debería estar rodeada de personas que sepan amar bonito para que el tiempo parezca detenerse. Así, como dice el refrán italiano, “A tavola non si invecchia”: en la mesa no se envejece.