Y porque conocernos también es un acto espiritual

Esta semana en la oficina hicimos un test de personalidad. Vaya si es complicado, pero me dejó pensando… la personalidad evoluciona, aunque los rasgos de fondo siguen siendo los mismos.

A veces nos resistimos al cambio. Usamos frases como: “Así soy yo, así Dios me hizo, ¿qué le voy a hacer?”

Pero… ¿De verdad Dios nos hizo para quedarnos igual? 

 

En mi resultado del test de personalidad salió que soy intuitiva, sentimental… y también introvertida.

Cuando les conté a mis cercanos que el test dice que soy introvertida — todos reaccionaron igual. La primera fue mi hija:

—¡Nooo, mamá, tú no eres introvertida!

 

Entonces: ¿soy una “fake extrovertida”?

 

Carl Jung decía que nacemos con un tipo básico de personalidad ya definido.

En cambio, la teoría de la “tabla rasa”, o pizarra en blanco  popularizada por John Locke en el siglo XVII, sostiene que nacemos con la mente vacía y que todo lo que somos depende del entorno.

Jung refutó esa idea: no partimos de cero. Desde el nacimiento ya traemos tendencias, temperamentos y rasgos innatos. Y si lo vemos desde la fe, Dios también nos creó con un diseño único.

No somos una hoja en blanco al azar, sino una obra en proceso, que Dios va perfeccionando con cada experiencia, prueba y estación de la vida.

Pablo dice: No os conforméis a este siglo, si no transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento

Pablo utiliza la palabra metamorphoo, de donde viene metamorfosis: un cambio profundo, real y duradero desde adentro hacia afuera.

Yo lo entiendo como  de ser renovados mental, emocional y espiritualmente.

 

Entonces, no soy una “falsa extrovertida”.

Simplemente, ya no soy la misma persona.

 

Nacemos con una estructura de personalidad, sí, pero esa estructura es solo el punto de partida.
Traemos ciertas inclinaciones o rasgos que Dios colocó en nosotros —eso que Jung llamaba nuestras “preferencias innatas”—, pero con el paso del tiempo, las experiencias y el trabajo de Dios en nuestra vida, esa personalidad se va moldeando.

Ahí es donde los tests de personalidad se vuelven valiosos: no para encasillarnos, sino para ayudarnos a mirar hacia adentro. Son una guía, un espejo que nos permite reconocer patrones, entender cómo reaccionamos, cómo nos relacionamos y qué áreas necesitan crecer.

La introspección es nuestra parte del trabajo. Dios transforma, sí, pero también nos invita a participar: a conocernos, a reconocer nuestras sombras y a fortalecer nuestras luces.
Porque solo cuando entendemos quiénes somos, podemos avanzar con el propósito de nuestra vida. 

 

Hay una historia sobre Jung que me encanta y que conecta con esta idea.

En 1930, trató a un paciente estadounidense llamado Rowland Hazard, un hombre desesperado por dejar el alcohol después de muchos intentos fallidos. Jung, al ver que la terapia tradicional no bastaba, le dijo que su única esperanza era vivir una experiencia espiritual auténtica, una reconexión profunda consigo mismo y con algo más grande.

Hazard tomó ese consejo. Esa transformación interior cambió su vida y, con el tiempo, su testimonio influyó en los orígenes de Alcohólicos Anónimos (AA), un movimiento que ayudó a millones de personas a sanar desde la fe y la introspección.

Jung comprendía que el verdadero cambio nace del conocimiento interior. En su libro El ser no descubierto, escribió que la mayoría de nosotros no nos conocemos lo suficiente: ignoramos nuestro lado oscuro, nuestra capacidad de equivocarnos, y eso nos impide crecer.

 

Si creemos que Dios nos creó únicos, entonces conocernos es una forma de honrar esa creación.
Dios transforma, sí, pero nos invita a participar en el proceso.
El autoconocimiento es nuestra parte del trabajo.

Así como el verano da paso al otoño, Dios también nos mueve de una estación a otra.