Durante años he tenido un miedo intenso a enfermar o a morir. Sí, soy un poco hipocondríaca, y eso me hizo pensar en la muerte más de lo que quisiera.
Pero, paradójicamente, fue justamente ese miedo el que me enseñó. Como diría Jung con su idea de “la sombra”, incluso aquello que nos da miedo o nos duele puede mostrarnos quiénes somos y qué necesitamos aprender, Al final, lo que más incomoda suele ser lo que más enseña. Y en medio de esa ansiedad, aprendí a vivir con más conciencia, con los ojos puestos en lo que realmente importa. Ojo, no digo que ser hipocondríaca sea algo bueno (¡ni lo recomiendo, jaja!), pero sí creo que se puede sacar algo valioso, incluso de lo malo.

¿Y si pensar en la muerte fuera, en realidad, una herramienta para descubrir lo que de verdad queremos en la vida? Suena raro, pero reflexionar sobre nuestra fragilidad puede enseñarnos más que cualquier libro de autoayuda. Mientras algunos buscan la inmortalidad, hay algo que nadie puede evitar: la muerte nos llega a todos.
Entonces, la pregunta no es tanto “¿moriré algún día?”, sino “¿cómo quiero vivir mientras tanto?”. El verdadero problema no es la muerte, sino llegar al final y darnos cuenta de que pasamos nuestros días en piloto automático, sin propósito.
Ernest Becker lo decía muy claro en su libro La negación de la muerte: lo que más tememos no es morir, sino haber vivido sin sentido. Escribió esto mientras luchaba contra un cáncer terminal, y dedicó su vida a entender cómo el miedo a la muerte puede sacar lo mejor y lo peor de nosotros. Aunque Becker no hablaba desde la fe, su reflexión nos invita a despertar y a buscar lo que realmente importa.
La Biblia también nos habla de esto. En Salmos 90:12, Moisés dice: “Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría.” Contar nuestros días no significa solo sumar años, sino vivir cada día con intención, siendo conscientes de que nuestro tiempo aquí es limitado.
Pensar en la muerte no debería paralizarnos, sino ayudarnos a enfocarnos. Nos recuerda que no hay tiempo que perder en cosas vacías. Es una invitación a mirar con claridad dónde ponemos nuestra energía: qué personas nos rodean, en qué depositamos nuestro corazón y qué pasa con nuestros sueños. Estamos llamados a vivir con propósito y a aprovechar cada día de manera consciente.
Como nos recuerda Pablo: “Aprovechen bien el tiempo” (Efesios 5:16).
Reflexionar sobre la muerte no es algo sombrío; nos da perspectiva, nos hace valorar más la vida y nos recuerda que no estamos solos en este viaje. Como dice el Salmo 23:4: “Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo.”
Después de todo pensar en que un día vamos a morir nos enseña que cada día es un regalo. La verdadera libertad no está en ignorar lo inevitable, sino en abrazar la vida confiando en que en Cristo la muerte nunca tiene la última palabra.
Ahora pregúntate: ¿estoy viviendo con intención y siguiendo los sueños que Dios puso en mi corazón?