Soy lo que a veces se llama una persona de "late bloomer". Lo cual es solo una forma dulce de decir que fui un "fracaso precoz". Se traduce al español como: “tardío en florecer” o más comúnmente “persona que madura tarde”.
Sentí que había desperdiciado un poco mi juventud y mi solución fue probarme a mí misma, lograr muchas cosas en la adultez, como si pudiera compensar el tiempo perdido. Pero eso trae problemas, mi mente terminó agotada, llena de culpas.

Jesús dice que quienes quieran seguirle: Niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame.
A veces podemos entender este versículo que seguir a Jesús significa una vida de penas constantes o sacrificios, extremos, pero es poner la voluntad de Dios evitando que el ego domine nuestras decisiones.
El falso yo es un concepto espiritual y psicológico que describe la identidad que construimos a partir del ego, el miedo, la necesidad de aprobación o el deseo de controlar todo, en lugar de vivir nuestra verdadera esencia, que nos ha sido dada por Dios.
Morir al falso yo duele. Duele dejar de controlar todo, dejar de ser perfectos o incluso responsables de la felicidad de los demás.
Duele renunciar a esa voz interna que insiste en que debemos ser Dios en nuestra propia vida.
Richard Rohr escribió:
“El falso yo es el ego que teme perder control; el verdadero yo se entrega a la gracia de Dios y vive libremente.”
Negarte a ti mismo podría ser tan simple como librarte de la responsabilidad de ser Dios.
No es sinónimo de pasividad, sino de confianza, de permitir que su poder se manifieste donde nuestra fuerza humana es insuficiente. Y como Dios es perfecto y nos ama, nos regala 2 Corintios 12:9-10:
“Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad.”
Solo así descubrimos que la verdadera vida no está en aferrarnos a nuestro ego, sino en vivir plenamente en Dios.