En la Biblia vemos que el desierto no es solo un lugar físico, sino también un escenario espiritual. Es el espacio de soledad, de prueba, de sequedad y silencio.
Todos atravesamos temporadas así. Es normal sentirnos desanimados en medio del desierto: cuando la esperanza parece seca como la arena, cuando lo cotidiano pierde color, cuando prometemos no volver a caer y volvemos a tropezar, cuando oramos por una salida y lo único que encontramos es silencio, cuando el cansancio y la apatía nos hacen creer que no hay futuro por delante. Son esos días en los que sentimos que, por más que lo intentemos, nada es suficiente.
Si alguna vez has esperado el resultado de una prueba médica, sabes lo desgastante que puede ser. Intentas no tener miedo, pero la incertidumbre se queda abierta como una caja en el fondo de tu mente, drenando silenciosamente tu energía.
El miedo siempre ha estado con nosotros. Ya no son las fieras salvajes de los primeros días de la humanidad las que nos acechan, sino otros temores, pero igual de reales: empezar de nuevo después de una pérdida, que un hijo fracase o tome malas decisiones, quedarse sin empleo, no llegar a fin de mes, ver una relación romperse, envejecer, que la salud se deteriore o que un diagnóstico cambie la vida para siempre.
Hoy las amenazas no rugen en la selva, pero se esconden en lo invisible. Son esas dudas del mundo actual las que nos despiertan a las tres de la mañana, las que nos empujan a mirar el celular en busca de respuestas.

La Biblia está llena de ejemplos de hombres y mujeres que, se sentían igual que nosotros, y en el desierto, fue cuando escucharon al Señor y recibieron dirección, consuelo, refugio y misión.
- En el desierto de Madián, Moisés pastoreaba ovejas cuando se encontró con la zarza ardiente. Allí Dios lo llamó a ser libertador.
- Dos veces Agar estuvo en el desierto. En ambas, Dios la encontró, la consoló y le prometió un futuro para su hijo.
- Huyendo de Jezabel, Elías se deprimió en el desierto, pero allí Dios lo alimentó y lo fortaleció
- David pasó temporadas en el desierto escondido de Saúl y aprendió que la presencia de Dios era mejor que la vida misma.
- En el desierto de Judea, Juan el Bautista comenzó a anunciar al Mesías.
- Antes de iniciar su ministerio, Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto. Allí salió fortalecido para su misión.
El desierto no es un lugar de abandono, sino un espacio de encuentro. Allí, donde todo parece vacío y ya no queda nada a qué aferrarse, Dios se convierte en todo. Si hoy te encuentras en un “desierto” espiritual o emocional, recuerda que Dios sigue hablando. El mismo que llamó a Moisés, consoló a Agar y le prometió un futuro para su hijo, que restauró a Elías y fortaleció a Jesús, también puede encontrarte en tu momento de necesidad, soledad, cansancio o tristeza.
Aunque el mundo a nuestro alrededor parezca desmoronarse, Dios lo está reconstruyendo.
La vida a veces se siente como un viaje salvaje, impredecible y lleno de hoyos, pero no tengas miedo.
No porque el mundo sea seguro, sino porque Dios está con nosotros, y como un GPS perfecto siempre sabe dónde estamos y cómo guiarnos.