“Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados.” — Hebreos 12:15 (RVR1960)
La palabra resentimiento proviene del latín y significa la acción o resultado de volver a sentir un pesar o enojo. Se compone del prefijo re- (repetición, intensidad). En esencia, es volver a experimentar una y otra vez el dolor que nos han causado.
Y es especialmente peligroso porque, al principio, es invisible. Como una planta que oculta sus raíces bajo la tierra, puede crecer en silencio. Al inicio, solemos justificarlo con razones.—“tengo motivos para sentirme así”—, y son válidas, pero al alimentarlo, nos encadenamos cada vez más.
He sido testigo de familias que cargan durante años con un mismo dolor, un enojo antiguo que nunca ha sido sanado. Es triste pensar en todo ese tiempo perdido. Y lo peor, ese resentimiento puede pasar a las generaciones siguientes.
Entendemos que superar una ofensa, especialmente profunda, no es sencillo.
Por eso la Biblia nos llama a vigilar: “Mirad bien…” El resentimiento no desaparece por sí solo. Necesita ser identificado, reconocido y que tomemos la decisión consciente de soltar esa deuda emocional, por nuestro propio bienestar.
Hoy en día, tenemos acceso a terapias y espacios para hablar, desahogarnos y comprender nuestro dolor. Buscar ayuda no es falta de fe, sino un acto valiente de amor propio. Dios puede obrar milagros a través de esos caminos.
Recordemos que el fruto siempre requiere tiempo. El fruto del Espíritu crece despacio, en la tierra silenciosa de los días comunes, es un proceso que demanda paciencia, cuidado y amor.
Lo hermoso es que el Espíritu no nos abandona ni nos deja sin alimento para esta tarea.
Mirad bien como dice la Biblia y si el resentimiento viene a hospedarse en tu corazón, para empezar no te condenes ni te sientas mal. Reconocerlo es el primer paso para liberarlo. Abre tu corazón a Dios y permite que transforme lo amargo en algo dulce.
A veces, ni siquiera es necesario retomar contacto con ciertas personas, especialmente si no nos ayudan a sanar o crecer. Recuerdo haber leído algo: las amistades pueden ser para una temporada, para una razón o para toda la vida, y nunca sabemos cuál será.
Nos aferramos a momentos, sentimientos o relaciones que ya no existen, me pregunto si acaso estamos dejando de valorar el propósito que tuvieron en nuestra vida. No todas las experiencias o vínculos están destinados a durar para siempre, y aceptar esto puede ser doloroso, pero también liberador.
Por eso, cuando sientas que el resentimiento te atrapa —ya sea por una injusticia, una traición, un conflicto familiar, una ruptura, una amistad rota, practica la gratitud. Agradece el papel de esas personas en tu vida —tanto los buenos como los difíciles.
Cuando alguien nos hiere, nuestro orgullo busca castigar o levantar muros para protegerse. Sin embargo, ni el resentimiento ni el aislamiento han conseguido borrar el dolor, el enojo o la vergüenza que algo nos haya causado. Pero el perdón puede sanar y liberar las heridas más profundas.
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