Schadenfreude es una palabra alemana que no tiene una traducción exacta en muchos idiomas, pero describe un sentimiento muy específico: el placer o satisfacción que alguien experimenta al ver sufrir, tropezar o fracasar a otra persona.
La palabra se compone de dos términos:
Schaden que significa “daño” y Freude que significa “alegría”.
Literalmente, significa “alegría por el daño ajeno”.

Aunque a primera vista puede parecer una emoción inusual o incluso maliciosa, en realidad es más común de lo que pensamos. Se presenta en situaciones muy humanas.
Sin embargo, esta aparente “satisfacción justificada” no siempre nace de la justicia; muchas veces tiene raíces en la envidia, el resentimiento o la inseguridad.
Este fenómeno ha sido estudiado en psicología y sociología. y suele estar relacionado con la baja autoestima y la comparación social.
Las personas que se sienten amenazadas por el éxito de otros o que experimentan sentimientos de inferioridad son más propensas a experimentar esta emoción. Funciona como un mecanismo de defensa: al ver caer a alguien percibido como “superior”, su autoestima se eleva temporalmente.
Es importante destacar que el schadenfreude es muy distinto de la simple risa o la burla. No es lo mismo reírse de lo absurdo o ridículo de una situación de forma espontánea. Experimentamos schadenfreude cuando somos conscientes de la desgracia ajena, y este sentimiento suele estar acompañado por un componente de envidia en nuestra relación con esa persona.
También hay una emoción que nace del sentido de justicia y verdad, mientras que el schadenfreude suele tener raíces más complejas y negativas, como el resentimiento. Reconocer esta diferencia nos ayuda a comprender mejor nuestras emociones y a orientar nuestro corazón hacia la compasión y la madurez espiritual.
En la Biblia ya se abordaba este tema. En el Antiguo Testamento leemos:
“No debiste tú haber mirado en el día de tu hermano, en el día de su infortunio; no debiste haberte alegrado de los hijos de Judá en el día en que perecieron, ni haberte jactado en el día de la angustia.”
— Abdías 1:12.
Este versículo muestra como Dios reprende al pueblo de Edom por alegrarse del sufrimiento de Judá. No es un fenómeno nuevo: el corazón humano ha luchado con esta actitud desde siempre.
La compasión es la respuesta. El Evangelio nos invita a una actitud contracultural:
“Alégrense con los que están alegres; lloren con los que lloran.”
— Romanos 12:15.
Este llamado nos recuerda que el corazón cristiano no se regocija con el mal ni se entristece por el bien ajeno. El schadenfreude es precisamente lo opuesto a la compasión: es llorar ante la alegría del otro y alegrarse ante su dolor.
Vivir el Evangelio implica cultivar un corazón que se duele con el que cae —aunque nos parezca injusto— y orar por su restauración, no por su castigo.
También es un corazón que ríe y celebra con quienes están alegres. Qué hermoso, ¿verdad?
Dios no nos llama a fingir que no sentimos dolor o enojo. . Solo un corazón restaurado puede contemplar la caída del otro con misericordia en lugar de satisfacción. Solo una vida en Cristo puede abstenerse de celebrar las caídas ajenas.
Así, la compasión se convierte en un acto de madurez que transforma nuestro corazón y nuestras relaciones.