Escalar el conflicto o sanar la herida

Setenta veces siete

Desde los inicios de la humanidad, el ser humano ha estado atrapado en una tensión permanente: la respuesta al daño recibido. Cuando alguien nos hiere, la reacción instintiva suele ser devolver el golpe, aumentar la ofensa, multiplicar el agravio.

Curiosamente, en la biblia vemos con claridad esta encrucijada. Se recogen dos frases pronunciadas con siglos de diferencia  y que representan dos formas opuestas de ver la vida.

El primero es Lamec, un hombre que aparece en la biblia, descendiente de Caín —el hermano que mató a Abel— según el libro del Génesis (4:23). En el relato, Lamec, tras haber quitado la vida a otro hombre, proclama con orgullo:

“Si siete veces fue vengado Caín, Lamec lo será setenta veces siete.”

Es una declaración desafiante, casi poética, en la que Lamec se jacta de su derecho a una venganza. Donde antes alguien habría sido vengado siete veces, él eleva la represalia a un nivel extremo: setenta veces siete. No habla aquí de justicia, sino de una lógica de violencia.  “Si me hieren, devolveré el daño con creces; si me ofenden, haré que lo paguen al máximo.”

Este mecanismo ha estado presente a lo largo de la historia en conflictos familiares, venganzas personales, rivalidades políticas y enfrentamientos sociales. El odio alimenta más odio. La herida que nunca cicatriza.

 

Claro que hay heridas que cuesta sanar. Algunas ofensas nos acompañan durante años, dejando cicatrices profundas. Pero hay otras heridas que trascienden al individuo: son odios que se transmiten de generación en generación. Rencores familiares, rivalidades entre pueblos, conflictos históricos.

El odio, cuando no se detiene, se hereda. Lo que comenzó con un agravio puntual termina transformándose en una cadena invisible que arrastra incluso a quienes nunca participaron del conflicto original. Así, el ciclo sigue girando: lo vemos en familias, amistades, comunidades e incluso entre naciones. Y continúa, una y otra vez, hasta que alguien, con valentía, elige romperlo.

Ahora vamos a muchos siglos después, en un contexto completamente distinto, vuelve a aparecer exactamente la misma expresión numérica, pero con un significado radicalmente opuesto. Fue Jesús quien la empleó. Probablemente, como sus discípulos conocían la antigua historia de Lamec, la referencia no fue casual. Cuando uno de ellos le preguntó cuántas veces debía perdonar a quien lo ofendiera —proponiendo, de hecho, un número generoso: siete veces—, Jesús respondió:

“No te digo hasta siete, sino hasta setenta veces siete.”

Jesús propone aquí romper la cadena de la venganza: perdonar tantas veces como sea necesario. No se trata de negar el daño ni de ser ingenuos ante las ofensas, sino de elegir una respuesta que no perpetúe el conflicto. El perdón, lejos de ser un acto de debilidad, requiere una gran fortaleza. Quien perdona, en realidad, se libera a sí mismo.

 

Ahora bien, perdonar no significa aceptar el abuso ni permitir que otros nos sigan dañando. El perdón es un proceso interior que nos sana y nos libera, pero también implica poner límites saludables. Uno puede perdonar incluso una traición, pero al mismo tiempo establecer distancia o condiciones que protejan.

 

El perdón es para el corazón; los límites son para la convivencia.

A diferencia de lo que muchos piensan, el perdón no es algo que hacemos solo por el otro; en realidad, el mayor beneficio es para nosotros mismos. Cuando Jesús habla de perdonar setenta veces siete, lo presenta como una medicina, el perdón nos permite avanzar sin cargar peso.

Pero perdonar no significa perder la fortaleza para cuidar de uno mismo. Al contrario: es necesario ser fuerte para reconocer qué relaciones nos hacen daño y, si es necesario, tomar distancia.

El perdón nos libera.

Vivimos en un mundo donde los discursos de odio, la polarización y las divisiones parecen multiplicarse cada día. En medio de esa realidad, la invitación de Jesús a romper el ciclo mediante el perdón no pierde actualidad.

Es un llamado profundo a la paz interior, a la empatía y al amor como fuerza transformadora para nuestra vida.