“Porque un momento será su ira, pero su favor dura toda la vida;
por la noche durará el lloro, y a la mañana vendrá la alegría.”
— Salmo 30:5 (RVR1960)
En la biblia latinoamericana “Su enojo dura un instante,
pero su bondad toda la vida.
Si por la noche hay llanto,
por la mañana habrá gritos de alegría.”

Hay versículos que encierran una sabiduría eterna. En pocas palabras, David nos revela una verdad profundamente consoladora: el enojo de Dios es momentáneo, pero su amor es eterno.
No importa si te equivocaste, no dejes que la culpa te aleje de la presencia de Dios. Él ya te conoce. Claro que debemos cambiar, crecer, mejorar… pero no olvides que siempre tenemos un Padre que nos ama desde el vientre de nuestra madre. Un Padre que no se cansa de llamarnos, de esperarnos y de abrazarnos.
El amor de Dios es anterior a nuestra existencia visible. No comenzamos a ser amados al nacer ni cuando hicimos algo digno; Dios ya nos conocía, nos pensaba, nos formaba y nos amaba desde antes.
Dios no es indiferente ante nuestros errores. Como un padre amoroso, corrige a sus hijos cuando ve que el orgullo o la necedad los están alejando del camino. Es una corrección que nace del amor, no del castigo. A diferencia de nosotros, que a veces reaccionamos con enojo rencoroso hacia el prójimo, la ira de Dios no es rencorosa ni eterna. Es justa, sabia y pasajera.
En contraste con esa corrección momentánea, el favor de Dios “dura toda la vida”. Es decir, su gracia no depende de nuestros méritos, sino de su carácter fiel y constante. Aun cuando fallamos, su bondad nos sigue, nos levanta, nos cubre. Su favor es casa, refugio, promesa que no caduca.
La noche no es el final. Es simplemente una noche, Dios promete que después del llanto, viene el gozo. Y no un gozo superficial, sino esa alegría profunda que nace cuando comprendemos que Dios nunca nos ha dejado. Aunque haya permitido el quebranto, también ha preparado una mañana nueva, llena de esperanza.
A veces pensamos que Dios nos está castigando, cuando en realidad es nuestra mente la que se autocastiga. Nos vemos con culpa, con vergüenza… pero Dios no nos ve como nosotros nos vemos. Él nos mira con amor. Nos llama por nuestro nombre, no por nuestros errores.
Vivimos muchas veces atados al pasado, recordando faltas que Dios ya perdonó y borró. Él no se aferra a nuestros errores. Nos invita a entrar, sin miedo, en su gracia y en su amor.
¿Alguna vez has sentido que hiciste algo tan mal que Dios podría alejarse de ti?
¿Has interpretado su corrección como un rechazo?
Este versículo te recuerda una verdad poderosa: No es así.
Aunque tú creas haber fallado, el favor de Dios no te ha abandonado.
La noche puede ser difícil, pero la mañana siempre llega,
y con ella, la alegría restauradora de su presencia.
