La adolescencia es una etapa de transformación profunda. No solo en el cuerpo, sino también en el alma. Es un tiempo en que los adolescentes se preguntan quiénes son, hacia dónde van y qué valor tiene su vida. En medio de tantos cambios, voces y caminos, la fe cristiana ofrece una brújula segura.

Dios ha puesto en cada joven un anhelo profundo de verdad, justicia y amor. Aunque muchas veces ese anhelo se confunde entre la popularidad, las redes sociales, la aceptación a cualquier precio—, el corazón del adolescente sigue sediento de algo más grande.
Jesús mismo, siendo joven, vivió en obediencia, en crecimiento y en gracia: "Y Jesús crecía en sabiduría, en estatura y en gracia para con Dios y los hombres" (Lucas 2:52). Él comprende cada lucha interior, cada pregunta sin respuesta y cada lágrima escondida tras una sonrisa.
Muchos adolescentes hoy enfrentan ansiedad, depresión, confusión sexual y vacío emocional. No es tiempo de juzgar, sino de acompañar. La Iglesia está llamada a ser un espacio seguro donde los jóvenes puedan hacer preguntas, equivocarse y ser guiados con amor y verdad.
La Palabra de Dios no envejece. Sigue teniendo poder para dar vida, sentido y dirección. Un versículo como “Nadie te menosprecie por ser joven. Al contrario, que los creyentes vean en ti un ejemplo a seguir” (1 Timoteo 4:12)

Cómo acompañarlos
Acompañar a un adolescente es más que dar consejos: es estar presente con amor y paciencia.
Escuchar con el corazón, no solo con los oídos. Muchas veces no buscan respuestas inmediatas, sino alguien que los mire y les recuerde que no están solos.
Orar por ellos y con ellos, confiando en que Dios está obrando incluso en medio de sus dudas y silencios. La oración intercesora es una forma de amor que los sostiene, aun cuando no lo sepan.
Crear comunidad, espacios donde puedan expresarse libremente, compartir sus preguntas.
Vivir con autenticidad, mostrándoles con el ejemplo que seguir a Cristo no es una carga, sino una libertad real. Que Dios no impone máscaras, sino que acoge a cada uno tal como es, con ternura y verdad.

Los adolescentes no son el futuro de la Iglesia: son el presente. Necesitan adultos que crean en ellos, los amen con paciencia y los guíen hacia el amor incondicional de Dios.
No es fácil ser adolescente en estos tiempos, expuestos constantemente a las redes sociales, a la comparación y a mensajes que confunden su identidad. Por eso, más que nunca, necesitan saber que no están solos y que son profundamente valiosos. A veces pareciera que no nos escuchan, pero sí lo hacen —sobre todo a través de nuestros actos.
Podemos y debemos establecer límites, porque también necesitan guía, orientación y disciplina. Pero que nunca falte la ternura: hablarles del Dios que los ama, que los cuida y que no los abandona.
Hoy hay muchas voces que generan confusión, pero nuestra tarea es orar por ellos y estar presentes —como padres, tíos, abuelos y como Iglesia— siendo testigos fieles del amor de Cristo en sus vidas.