La amistad según el corazón de Dios

En un mundo donde muchas relaciones se viven con superficialidad o interés, la amistad se revela como un tesoro profundo, puro y duradero. La Biblia nos muestra que la verdadera amistad no es solo una bendición emocional, sino también un reflejo del amor de Dios. Es un lazo que nos edifica, nos acompaña en los momentos de gozo y también en el dolor, y nos impulsa.

En Juan 15:15, Jesús dice a sus discípulos: “Ya no los llamo siervos... los he llamado amigos”. Este gesto transforma nuestra comprensión de la amistad. Jesús no es solo nuestro Salvador, sino también nuestro amigo, que nos ama con fidelidad, que nos corrige con verdad y que está dispuesto a dar la vida por nosotros (Juan 15:13). Él nos muestra que la verdadera amistad implica sacrificio, entrega y compromiso.

La Biblia nos enseña que mejor es el amigo cercano que el hermano distante (Proverbios 27:10). También nos recuerda que quien encuentra un amigo, ha encontrado un tesoro (Eclesiástico 6:14), pero para tener amigos, uno mismo debe mostrarse amigo (Proverbios 18:24). La verdadera amistad se cultiva con presencia, lealtad y amor sincero.

La amistad  se construye sobre la base de la lealtad (Proverbios 17:17), del perdón (Colosenses 3:13) y de la humildad (Filipenses 2:3). Como en toda relación humana, pueden surgir diferencias o heridas. Pero cuando Cristo está en el centro, la gracia y el perdón superan el orgullo y el resentimiento. Saber pedir perdón y saber perdonar son actos fundamentales en una amistad guiada por el Espíritu Santo.

1 Corintios 15:33 advierte: “Las malas compañías corrompen las buenas costumbres”. No se trata de juzgar a otros, sino de entender que las amistades influyen profundamente en nuestro corazón.

La amistad es una forma concreta en la que experimentamos el amor de Dios a través del otro. Nos fortalece, nos consuela, nos desafía y nos anima. 

 

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